
50 años de colonización en Chile LA EPOPEYA BELGA AL EXTREMO SUR
Después de la Segunda Guerra, un inusual grupo de colonizadores llegó a una de las zonas más aisladas y difíciles de Chile. Las tierras que les esperaban, en Murta, eran inexplorables. Prosigue esta epopeya, que habla de sueños, alegrías y desengaños. De personajes como el padre Polain, de Paul de Smet o de Gabriel de Halleux, sobre quien se acaba de estrenar una película, Premio de la Crítica Belga 1997.
Durante la Primera Guerra Mundial, un joven teniente fue herido mientras defendía el puente del río Meuse. Junto a otros soldados lo condujeron al castillo vecino de Bouvignes. Ahí, en los subterráneos habilitados por sus dueños como hospital para los aliados fue atendido y curado por la baronesa Jeanne de Bonhomme de Amand de Mendieta. Años después, la dueña del castillo recibe una carta, escrita en tercera persona, en la que el general Charles de Gaulle (el antaño teniente) le agradece sus servicios y protección. El puente lleva hoy el nombre del general De Gaulle.
De ese histórico Bouvignes ocupado en la Segunda Guerra como cuartel general nazi, hasta hoy habitado por los Amand de Mendieta, vinieron tres de los diez hijos de la baronesa de Bonhomme a colonizar la zona austral: Alex y los mellizos, Pierre y Jean Amand de Mendieta. De otras casas belgas proceden otras de las familias colonizadoras, como los de Halleux, los de Smet y los Raty. También el médico León Cardyn, quien estuvo preso durante los últimos seis meses de la Guerra, en un campo de concentración nazi, del que salvó su vida gracias a su fama de pediatra. Porque estos colonos eran hombres de trabajo, exitosos profesionales y empresarios: ingenieros, constructores, directores de fábricas químicas. Muchos, además, artistas y hasta hoy escritores (De Smet prepara, a los 86 años, su tercer libro sobre recuerdos de guerra). Todos, asimismo, poseían bienes y una vida en Bélgica que recuerdan feliz, entre la austeridad y la cultura.
¿Qué los llevó, entonces, a dejarlo todo y a venirse al fin del mundo, a una zona inhóspita y aislada? ¿El terror a una nueva guerra? Una locura o quizá un maravilloso sueño romántico. Paul de Smet uno de los colonos fundadores recuerda: "Un día durante la Guerra, estando refugiado en el subterráneo de la fábrica donde trabajaba como ingeniero, mientras nos bombardeaba un grupo de aviones, uno de los directores que estaba en el sótano, mi cuñado Gabriel de Halleux, en un instante me hizo un guiño y gritó con rabia: '¡Después de la guerra, nos vamos!' Los bombardeos eran una escena casi cotidiana, con un efecto aterrador e inimaginable para quienes no lo vivieron". Ese hecho señala De Smet podría hacer pensar que el motivo de nuestra emigración fue el temor a otras guerras en la Vieja Europa. No fue lo único. Aunque temían que la guerra continuara con el avance de los rusos, implicando un cambio al sistema comunista y cayendo presos tras la cortina de hierro, como sucedió con los países del Este. Conocían de cerca el triste destino de sus vecinos. No hay que olvidar, además, que Bélgica fue un país que vivió de inmediato la ocupación alemana. Todos estos hechos gravitaron, después de la guerra, en que desearan un cambio de vida total. Pero se unió también a ello un fuerte espíritu romántico y de aventura. Marie Antoniette de Halleux viuda de Gabriel de Halleux, sobre quien se acaba de estrenar el documental "El Sueño de Gabriel", Premio de la Crítica Belga 1997 recuerda el carácter independiente y el espíritu aventurero de su marido. Sus deseos de explorar nuevos horizontes. Dejar la vida rutinaria de la Bélgica de la posguerra y ofrecer a sus entonces nueve hijos (después fueron 11) un futuro mejor. Conocían ejemplos recientes de familias que habían emigrado al Congo Belga. Barajaron esa posibilidad. Pero en ese momento surge la posibilidad de que el Estado Chileno ofrezca terrenos en concesión, en la Patagonia, a un grupo de inmigrantes.
Comienza la aventura
Chile no era un país desconocido para ellos. Los de Smet y los Amand de Mendieta estaban emparentados con la familia Lyon Kervyn y con los Sotomayor (los de la Guerra del Pacífico), quienes les habían hablado de las maravillas de nuestro clima de la zona central, de la gente, de las proyecciones. Chile se les presenta como un país muy atrayente. Marie Paule Amand de Mendieta de Lyon quien se casó durante la Guerra con un chileno de origen belga les escribe contándoles la posibilidad de venir a colonizar Murta, donde podían darles hasta 40 mil hectáreas en concesión. Gabriel de Halleux toma la idea y se transforma en el promotor. Recuerdan que, en Bélgica, se presentaron 50 familias interesadas en participar en la colonización. "Lo que prueba que no era tan extraordinario lo que hicimos. Pero preferimos quedarnos entre los más amigos", nos confiesa De Smet. Los belgas llegan a acuerdo con las autoridades chilenas (1947), luego de seis meses de negociaciones y entrevistas al más alto nivel con ministros, visitas al Presidente de la República, etc. Paul de Smet es enviado de avanzada a Chile y acuerda para ese grupo diez mil hectáreas de arriendo al fisco, en la zona norponiente del lago General Carrera, en el valle del río Murta. Visita los alrededores de la zona más bien los sobrevuela y no precisamente en avión en un maravilloso día de verano, encontrándose con un paisaje de imponente belleza y un lago como una taza de leche, que en circunstancias normales más parece un mar tormentoso.
En Bélgica, en tanto, el padre Robert Polain quien fundó después el colegio Notre Dame en Santiago se ofrece a integrar el grupo colonizador. Lo mismo hace el médico León Cardyn y su familia. Las mujeres se preparan, incluso, algunas de ellas intentan aprender a pilotear aviones livianos, como Claire Everarst. Los hombres liquidan sus bienes, se asocian y compran material de trabajo: tractores, implementos para instalar aserraderos y transporte de guerra para trabajar el lugar. De Smet recuerda que seleccionaron cuidadosamente los mejores camiones de guerra, los jeeps, anfibios (los primeros que se vieron en Chile), lanchas y equipos de toda clase, que habían dejado los aliados en los campos belgas.
Travesía hacia lo inexplorable
En 1948 parten tres barcos de Amberes. El grupo de colonos lo integran casi 100 personas, entre solteros, matrimonios y muchos niños. Llegan a Buenos Aires, Valparaíso y a Punta Arenas, donde desembarca el cargamento principal y la mayoría de los colonos. Traen con ellos también todo para construir sus casas. Y vienen con sus valiosas bibliotecas, con sus enormes pianos, con sus cuadros. Los titulares de diarios anuncian esta inusual inmigración.
En Punta Arenas organizan el convoy hacia Chile Chico. Lo integran 18 camiones de guerra y algunos jeeps. El largo trayecto que contempla la Patagonia argentina se les presenta aún más duro de lo estipulado. Deben enfrentarse con senderos fangosos, con lagos y ríos que tienen que cruzar, sin puentes, como el caudaloso y traicionero Jeinimeni, famoso por tragarse incluso camiones. Al acercarse a la frontera de nuestro país, los habitantes piensan que llega una caravana militar. Pero el pequeño y aislado poblado de Chile Chico no es tampoco el destino final. Los terrenos en concesión, en Murta, se ubican desde allí, a 130 kilómetros por agua (a nueve horas con buen tiempo). Las mujeres se ponen firmes en quedarse allí. Los hombres parten a explorar el terreno. Y luego de otra travesía, al llegar se topan con la más cruda realidad. El lugar en concesión es inexplorable. Los terrenos boscosos cubren pantanos y las montañas de selva virgen tienen nieves eternas en las alturas. Es una zona, además, en extremo lluviosa. Se ven obligados a postergar ese proyecto. Nada de lo que han traído les sirve. ¿Un engaño? Los colonos y sus familias lo explican (con increíble benevolencia y convicción) de que como eran terrenos inexplorados, ni siquiera el gobierno sabía lo que estaba ofreciendo. "Podría haber contenido minas de oro o de plata", agrega De Smet. Pero lo cierto es que las autoridades de la época les prometen compensaciones, como la exención de impuestos al material de trabajo, lo que nunca se concretiza. Deben pagar impuestos por aquello que no les sirve para explotar las tierras.
Compran buque y nuevos terrenos
Se les hace urgente, entonces, conseguir entradas para poder vivir. Exploran otras zonas de bosques y encuentran un terreno en Río Tranquilo, adecuado para instalar un aserradero. Pero para transportar la madera que explotarán pues la única vía es la lacustre deciden comprar un barco. "La embarcación que adquirimos en Argentina era de cincuenta toneladas. La desarmamos en parte y la transportamos por tierra arriba de camiones hacia el lago General Carrera por la Pampa Patagónica. Hazaña que fue notable para la época, porque tuvimos que construir puentes, atravesar ríos, levantar alumbrados eléctricos en pequeños poblados para que el barco pudiera pasar y llegar a su destino", cuentan.
Sólo la familia de Pierre Amand de Mendieta se traslada a vivir a la zona del aserradero, en Puerto Tranquilo, ubicado a ocho horas de navegación de Chile Chico (después forman otro aserradero en Puerto Huadal, junto a los campos de Hielo Norte, a 16 horas por agua). La primera chilena casada con un colono, Ximena Pizarro Swinburn de Amand de Mendieta (nieta del pintor Enrique Swinburn), recuerda: "Ese lugar fue una aventura. Cuando mi marido, por ejemplo, tenía que irse por un mes al continente a buscar repuestos para el aserradero me quedaba sola con mis hijos muy chicos en esa zona aislada. Tenía que salir a pescar y a cazar gansos salvajes y pájaros para darles de comer. Asimismo, como era arsenalera, había trabajado en Santiago en el Hospital de la Universidad Católica, tomé fama de "médico" y llegaban todos los pobladores del lugar para que los atendiera, les ayudara en los partos. Muchas veces tenía que sacarles las balas producto de las riñas, entre otras cosas".
Vida dura y feliz
En tanto, esa minisociedad de colonos integrada por ingenieros, agrónomos, mecánicos, médicos, curas, institutrices y muchísimos niños se instala a vivir en Chile Chico. Levantan sus casas. Desarrollan en la zona avanzadas obras de regadío para cultivar la tierra. Plantan chacras. Y serán los mismos médicos, antaño empresarios o ingenieros, quienes salgan a vender las frutas y hortalizas. El ingeniero Gabriel de Halleux asume de capitán del barco y de transportista. Antoniette de Halleux recuerda esos años como de gran felicidad. "Llevábamos una vida muy solidaria y de unión entre todos. Con mucha paz, en medio de esa naturaleza maravillosa, aunque era una vida dura y siempre había problemas por resolver. Pero como vivíamos con un carácter de aislamiento, las cosas se tomaban en forma distinta. Muchas veces no había leña para hacer funcionar la cocina, faltaban alimentos y estaba el problema de la educación. Afortunadamente, estuvo con nosotros dos años el padre Roberto Polain, quien con una sobrina, abrió una escuela". Ahí agrega Monique de Halleux "estábamos todos los niños divididos en dos secciones: los más grandes y los chicos. A los mayores se les enseñaba no sólo matemáticas, historia, religión, literatura, sino que latín (fundamental para ellos) y griego. Los cursos eran muy serios. La educación del padre Polain tuvo como base el espíritu scout: el servicio, la buena acción cotidiana, la mentalidad de no quejarse, lo que nos sirvió a todos para la vida", destaca Monique (quien estudió Bellas Artes y hoy trabaja en Bélgica). El padre Polain después se vino a Santiago a fundar el colegio Notre Dame y la asociación de scouts, donde imprimió un espíritu de vida y trabajo que marcó a generaciones.
Pero con la partida de ese querido sacerdote de Chile Chico, el problema de la educación tomó más fuerza, sobre todo en vista de los estudios superiores. "Nos vimos obligados a mandar a nuestros hijos al norte y a separar las familias. En todo ello puntualiza De Smet las mujeres fueron las que más sufrieron. Porque, además, la actividad económica era muy pobre. La comida era sólo carne de oveja y muy pocas verduras. Había muchas carencias y nuestras familias eran muy numerosas. Antoniette, por ejemplo, tuvo las mellizas en Chile Chico, los números 10 y 11 de su familia. Otro de sus hijos, a los 24 años, murió atrapado en una tormenta en el lago General Carrera. Nunca se encontró su cuerpo", recuerda Paul De Smet con tristeza.
Con todo, el principal problema fue la incomunicación. El lago General Carrera el más grande de Chile y el más profundo de Sudamérica era el único acceso a Chile continental, comunicado por barco, con suerte, una vez a la semana. Y para llegar a la frontera argentina debían cruzar el tormentoso Jeinimeni. Era la única vía que tenían los colonos para ir a comprar y a vender sus productos. "Y cuando los gendarmes cerraban la frontera, algo bastante usual, nos quedábamos aislados", agrega De Smet.
La suerte mejoró, años después, cuando arriendan al fisco un terreno de 10 mil hectáreas en el Baker, para criar ganado. En Chile Chico, Pierre Amand de Mendieta y su mellizo inauguran el primer cine de la zona, con un éxito tal que los espectadores permanecían todo el día en sus asientos, viendo, por ejemplo, 'Lily'.
Los hijos de los colonos comienzan a casarse con chilenos. Muchos se trasladan a Santiago. Otros, hasta hoy, administran o tienen campos en la zona. Un nieto de Gabriel de Halleux, el médico Paul Raty (38 años), administra desde años en plena pampa, en la mítica Tapera, quizá la estancia más grande de Chile, de 200 mil hectáreas, la que en invierno queda aislada por nieve. En la segunda y tercera generación de inmigrantes hay, además, periodistas, ingenieros, artistas, empresarios, como el dueño de la Fundición Pirque, Pablo Amand de Mendieta, quien recogió la tradición de sus ancestros. Otros viven en Bélgica, en Inglaterra, Francia o Argentina.
El domingo antepasado al celebrarse los 50 años de esta colonización en Chile se reunieron la mayoría de ellos en Pirque, venidos de todas partes del mundo, con la presencia del embajador de Bélgica. Mientras se preparaba en el cine Normandie el estreno de la cinta-documental "El Sueño de Gabriel", película que causó expectación en Bélgica y que ayudó a comprender más esta historia para muchos inentendible. A lo que se unen otras cintas y libros publicados en Europa, como "Un grano de locura", de Paul de Smet, cuyo título lo tomó a raíz de una entrevista que sostuvo uno de los colonos con el rey Balduino, quien les preguntó sorprendido por la decisión de irse a una zona tan aislada de Chile, ante lo cual le respondieron: "Quizás, por un grano de locura". "Nuestra aventura fue, por cierto, atípica afirma Paul de Smet pero nunca pensamos que fue extraordinaria. Basta ver la vitalidad, el éxito profesional, la felicidad familiar y la alegría de vivir de todos los que emanan de lo que fue un día 'la colonia belga de Chile Chico' para clamar que tuvimos la razón".
Domingo, 15 de febrero de 1998 Diario EL MERCURIO Sección: Artes y Letras Autor: Cecilia Valdés Urrutia |