Anecdotario - Anecdotario |
En mi Raid de progresiones que hice en Radal (7 tazas) iba a dormirme y escuché un disparo muy cerca mío (demasiado) y luego un foco me alumbró. Llegaron a mí 3 cazadores que me dijeron: "¿Qué hacís aquí?". Me costó mucho explicarles... no lo conseguí. Al acabar todo, instalé mi saco y cuál fue mi asombro al ver pasar un caballo desbocado por encima de mí. Lógicamente no pude dormir.
Gato Arrieta
Lamentablemente para ellas, no para nosotros, se nos olvidó (a los scout) que aquella vez estábamos jugando pañolines... con mujeres.
Incógnito
Amenazado por el chico Hernández de que iba a recibir una chuleta si seguía mojándome en el patio del colegio chico (año 78) le juré: "si usted me pega yo me subo al parrón..." más tarde el chico boquiabierto observaba la hazaña de un alumno de 7 a 8 años encaramado en el parrón del colegio.
Pablo Osses
Al levantarme de la siesta en campamento, medio atontado, me puse a mirar el río a los pies del barranco... No me di cuenta y ya me había caído al fondo, por lo menos 15 metros, entre la maleza. Después fui el hazmerreír del campamento. ¿Por qué?
J. Cristóbal Smith
Para comenzar el juego le pedí a un muchacho que se escondiera entre los arbustos, en el lugar de campamento. Al formar la manada se dieron cuenta que faltaba él y comenzaron a buscarlo; luego de quince minutos toqué el pito para que saliera, mas no salió. Entonces comenzó la búsqueda desesperada. Ya habían transcurrido cuarenta minutos, luego una hora y no aparecía... por casualidad, en un momento de angustia, miré al cielo y vi al muy perla durmiendo la siesta arriba de un árbol.
Héctor Hernández
Al partir al Raid de progresiones... un hombre, fuerte, sólo con un amigo, su cuchillo, recio, osado. Se tira al río para cruzarlo con gran valor. Lo pesca la corriente, se lo lleva y si no es por una piedra que había allí, el muy torrante se ahoga.
Anónimo scout
Sentí el pito de formación, era el momento en que debía enseñar una danza, corrí sin parar con la guitarra en la mano como un desaforado. Casi al llegar, salté un banco que estaba en el camino, pero no calculé bien... me enredé, caí como saco de papas e hice polvo la guitarra, me rompí la cara y cuál fue mi desconcierto al ver a toda la tropa riéndose incluyendo a Jorge, también me reí.
Pancho Sánchez
En mi clase de ciencias naturales existía un personaje que acostumbraba ubicarse al rincón de la sala (Iván)... (nombre ficticio). En aquella época yo hacía preguntas de la clase anterior, como Iván era flojísimo lo quise sorprender con la siguiente pregunta: Iván... dime, ¿en qué estados se encuentra la materia? Su respuesta fue: "la materia se encuentra en dos estados, la materia del primer semestre y la materia del segundo semestre"... Esto es verdad... aunque usted no lo crea.
Enrique Arrieta
Revista Aniversario 35 años, 1987 Viña del Mar, 26 Enero 2011
EL RESCATE DEL "GUATA"
En esta oportunidad, un día de abril de 1954, segundo año del Colegio, el padre Polain, ya con alba y casulla, se alistaba a comenzar su misa diaria cuando un grupo de pequeños alumnos entró a la capilla como una tromba y, sin ningún protocolo, le pidieron al padre Polain que viniera a la puerta del Colegio a salvar al "Guata". El "Guata" era el perro del Colegio. Algo así como un boxer, pero de hocico más alargado. Era un animal pacífico y dulce como suelen serlo todos los perros. Aquel día, cual gentil recepcionista, nuestro can estrella, se había instalado justo en la vereda, al lado del torreón que lleva el número 2776 de la avenida, cuando unos municipales de la perrera le echaron el lazo al cuello. El "Guata", verdadero ángel de los perros, ni siquiera intentaba mordisquear a los rufianescos funcionarios. Un masivo grupo de alumnos intentaba impedir, a pie firme, el secuestro de este otro noble fundador del Notre Dame. Inolvidable fue entonces ver aparecer en la puerta del Colegio a Polain, ya desprovisto de sus ropajes rituales, e ir directamente con su mano izquierda a tomar el lazo que aprisionaba al "Guata" y con una fuerza increíble atrajo hacia sí al antihéroe municipal que ni siquiera pudo reaccionar ante el fuerte golpe de puño que le dio nuestro rector. La verdad es que el tipo fue a dar al suelo en medio de la aclamación de más de una treintena de alumnos. El "Guata" fue liberado y entrado rápidamente tras la reja y, Polain quedó, prácticamente, convertido en un glorioso general romano. Todo en menos de tres minutos. La misa se retrasó sólo el tiempo suficiente que se tomó el rector para llamar al cura Juaco, Joaquín Aguiar, Párroco de Nuestra Señora de la Anunciación (ahí, en la Plaza Pedro de Valdivia), y pedirle un espacio de tiempo para confesarse.
UNA CLASE DE ARTES PLÁSTICAS
Éramos en 1956 alumnos de 4º año de humanidades y nuestro profesor de Artes Plásticas, don Juan León, con quien no tenía parentesco. Aquel glorioso día, Juan León llegó con un paquete a la sala. Ordenó al curso alrededor de una mesita sobre la cual puso el misterioso paquete. Mientras sacábamos nuestros elementos para colorear (tiza pastel), el profesor abría el famoso paquetito: una pera, dos plátanos, una naranja y una manzana. Pero León no pudo armar un cuerpo monumental con las frutas. La naranja rodaba hacia un lado y los plátanos se negaban a abrazarse con la pera así que salió de la sala (que era la primera entrando al Colegio a la derecha), y se dirigió a la cocina a pedirle a la Lupe (Nana-Cocinera honorífica) que le prestara una panera para someter a las rebeldes frutas. Pobre Juan León. En esos escasos segundos, nada menos que Hernán Cox Martínez con su primito, Juan Enrique Urrejola Martínez (Q.E.P.D.) cuales impúdicos Adanes le dieron un par de mascadas a la manzana y la pera. Otro se envalentonó y se comió parte de un plátano reponiendo la cáscara como si nada. Sólo la naranja conservó su virginidad. ¡Qué cara puso Juan León! Sacó su lapicero, anotó algo en el Libro de Clases y abandonó la sala con el Libro y sin las violentadas frutas. Dos minutos después se abrió la puerta de la sala como por los efectos del huracán Katrina. Polain, encendido de rabia, nos echó la más breve e indignada filípica de la que tenga recuerdo. Dio media vuelta y se mandó un portazo que nos dejó en preocupado silencio por el resto de la frustrada lección de arte. Ni siquiera tuvimos ánimo de comernos el otro plátano mientras la naranja se mantuvo entera y frustrada. Por el resto de la tarde nos sentimos, realmente, unos gamberros. Nadie podía celebrar esta chulería. En la noche, Polain no nos habló a Pancho Vargas ni a mí, sólo algunas palabras a Guy Amand y a François de Smet, que de entre los "internos" éramos los del curso licencioso. Pasó el tiempo y aprovechando una salida sin cumplir arresto en la Escuela de Aviación, vine a visitar al padre Polain y a mi querida casa, ese caserón de bella arquitectura que era el Notre Dame. Conversamos largamente sobre el Colegio, los scouts, los proyectos y sobre mi instrucción como piloto. En un momento se me vino a la memoria la clase de Artes Plásticas. Si, aquella de un día de 1956. Padre -le dije sin pestañar- nunca lo vi tan enojado como cuando nos retó y nos dio ese portazo monumental, ¿se acuerda? cuando la fruta de Juan León quedó mordisqueada. ¿Qué hizo Ud.? Me fui a hablar con Juan León -repuso- y le dije que compartía su molestia y después... -aquí vaciló algunos segundos antes de seguir- después me vine aquí a mi pieza y... esto no te lo debería contar, Samuel, pero cerré mi puerta y me puse a reír y reír. ¡Vaya confesión! A su salud y recuerdo, mi querido Rector.
EL NIÑO PRODIGIO DEL NOTRE DAME
La misma sala de clases (aquella de la historia con Juan León y sus frutas profanadas). Había allí un auto-piano, es decir un piano vertical como los que hubieron en casa paterna o de tíos viejos, pero que disponía además de un mecanismo que se accionaba con los pies (un fuelle) el cual permitía que el aire pasara a través de las perforaciones que traía el rollo de autopiano y reprodujera la música impresa en esas perforaciones. No sé cómo llegó allí y supongo que formaba parte del inventario de los bienes del Colegio. El "rollo", de unos 35 cm de ancho, se colocaba dentro de un espacio, frente al ejecutante, y luego al cerrar la puerta de corredera, nada delataba que el auto-piano contuviera algo magistral en su interior. El instrumento tenía una palanquita para imprimir la velocidad correcta a la ejecución, velocidad que estaba impresa al comienzo del rollo. Recuerdo que, en buen estado, habría una media docena de ellos. Contenían obras breves de Beethoven, entre ellas el Allegro con brío de la sonata Waldstein, en do mayor; tres piezas de Edward Macdowell y, mis favoritas, varias danzas húngaras de Johannes Brahms. Terminada la hora de estudio, tareas hechas, pieza ordenada, etc. me daba, el placer de encerrarme en esa sala y colocar un rollo en el autopiano. Recuerdo que el mecanismo permitía dejar las teclas libres -como si ejecutara el hombre invisible- también trabarlas o dejarlas semi trabadas. Yo hacía esto último y así, con agilidad en mis dedos, seguía el movimiento del teclado. Como el auto-piano estaba sobre un entarimado, desde la calle podía verse la cabeza del ejecutante. En mi total abstracción nunca reparé que algunas veces tenía a dos discretas admiradoras de mis "talentosas" interpretaciones de esas cumbres de la música alemana del siglo XIX. Un buen día el padre Polain, con una expresión muy maliciosa, me comentó que le había tocado recibir las felicitaciones emocionadas de dos señoras alemanas, por el "talentoso muchacho" que tenía el Notre Dame. Ese era yo. De llapa le entregaron, para mí, una docena de merengues, primorosamente envueltos. Sentí un nudo en la garganta y peor, casi ahorcado, cuando Polain me dijo que fuera a arreglar el "pastelito" donde las alemanas. Las sensitivas benefactoras resultaron ser las dueñas de una pequeña pastelería que estaba al costado de la Farmacia Pedro de Valdivia (Sucre esquina Pedro de Valdivia) y que era de propiedad del padre de Germán Nuyens Medina, otro querido compañero de la vieja guardia. El lema del Notre Dame: "Aquí Forjamos Nuestra Armas" pendía sobre mí, como Cédula Real, como un noble valor de la caballería. No iba a defraudar al Colegio, pero ¡qué lío! ¿Cómo iba también a defraudar a mis generosas oyentes? Quería que me llevaran a algún hospital antes de cruzar la calle, o aparecer en Etiopía. ¡Ánimo!, me dije. Nunca tuve intención de obtener merengues sin pagar. Amaba la música, no la impostura. Me presenté ante las alemanas con la docilidad de un cordero y la sencillez de una flor silvestre. Les dije que en realidad en la calle se escuchaba mejor el piano que al interior, que les agradecía, pero que yo no era tan bueno, porque había un sistema "mecánico corrector" (¡de adonde!) que marcaba mis imperfecciones. Las buenas alemanas no deben haber entendido toda esta farsa rebuscada que forma parte de la cosa chilena y canallesca. Sólo me sonreían esos dos pares de ojos azules, bellos como el cielo donde espero que hoy se encuentren escuchando a Claudio Arrau, a Emil Gilels o a Willhelm Kempff. Todos comieron merengues en la noche después de la cena. Pagué con mi abstinencia y, al día siguiente me fui a confesar con el cura Aguiar. Igual que Polain cuando le pegó al roteque de la Municipalidad.
Samuel León Cáceres Pantera Cordial Generación 1958 |